Secretamente, cuando Claudio la poseía, pensaba en la noche que más de 200 hombres intimaron con ella, cuando retó a la hetaira más famosa de Roma, Escila, y eso la excitaba. Mesalina era bella y calculadora, dueña de un porte temerario y una mente perspicaz. Manipulaba a su marido en las decisiones de Estado cuando éste llegó al poder cuando Calígula fue asesinado en un complot.
La pasión de Mesalina fue algo que nunca controló. La historia la encontró a sus 12 años enamorada de Cayo Apio. Una noche, en una de las celebraciones a Júpiter, ella danzaba descalza con una túnica reveladora y atrevida. Cayo Apio la veía embelesado, aunque en el fondo, él no pensaba más allá que desatar la furia interior. Enmascarado, bailó junto con ella y la fue separando del grupo, llevándola a lo más lejano de los jardines. La luna iluminaba dramáticamente la escena, cuando los dedos de Apio tocaron su sexo. Una explosión de sensaciones en todo su cuerpo: húmedas y entrecortadas oleadas de placer le despertaron un mundo desconocido. Mesalina se descubrió desprotegida ante la situación cuando los labios y la lengua de aquel hombre rondaban por la mayor parte de su cuerpo, ahora desnudo. Fue tanta la fuerza de ese encuentro que, años después, recordaba el momento con gran avidez y no lo pensó dos veces; Claudio, ajeno a aquellos pensamientos, cumplía el deseo de su bella esposa al traer de regreso a Roma a Apio de aquellas tierras extranjeras para tenerlo cerca.
Una noche, después de entrevistarse con Claudio, Apio fue abordado por Mesalina afuera del palacio.
-Te casarás con mi madre
-Eso nunca…
-Te quiero para mí. Eres mío desde siempre…
-No lo haré…
Mesalina golpeaba con furia la cara de Cayo Apio.
-Harás lo que yo digo o morirás.
-Posiblemente lo haga, pero no tendrás nada de mí.
Mesalina no habló. Entrada la noche salía nuevamente del palacio para convertirse en Lycisca, la mujer perra, en un burdel de Subura. En cada hombre que la penetraba, trataba de descubrir algo. Quizá descubrirse ella misma, pero no lo lograba. Eso la afectaba demasiado y lloraba angustiosamente. Cuando llegaba a casa, Claudio dormía ajeno a ese dolor y eso también le excitaba. Despertaba a su esposo para tratar de descubrirse en él y se fundía en un acto que pasaba de mecánico a punitivo.
Una noche, cuando Claudio atendía menesteres fuera de Roma, decidió poner fin a su indefinición con respecto a su matrimonio. Cometió bigamia al casarse con Cayo Silio y así derrocar a su aún esposo. Esa acción le costó la vida. Fue condenada a cometer suicidio, pero al no poder hacerlo, fue decapitada por un centurión. Momentos antes, pensó en lo que Escila le gritó: “Infeliz, tienes las entrañas de acero”. Mientras el primer golpe de espada cortaba gran parte de su cuello, sintió nuevamente la explosión de emociones en cada centímetro de su piel. Su vida se desvaneció en su último orgasmo.
Eso fue sólo el principio.
8/3/09
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